LA ESCRIBANIA

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La casa

Salí a hacer una casa, con tu madera pura.
 
 
No quise nada malo, solamente
construirme una casa.
Con la madera pura y olorosa
de los ásperos pinos,
de los dulces castaños,
de los robles tenaces que mi España sustenta,
una casa para mí
sobre la dura tierra de mi patria
taraceada de huesos anteriores
al calor de mi sangre.
 
Una casa cuadrada, inocente,
con las paredes lisas
bañadas de cal blanca y apacible
como leche materna,
con un rojo tejado jubiloso
y un alero propicio
para los nidos de las golondrinas
y la sombra violeta de los sueños.
 
Unos muros,
unos sencillos muros nada más
haciendo soledad para mi alma,
cercándome el anhelo de los ojos.
 
Contra el terror estúpido de las noches,
contra la vergüenza de los días demasiado brillantes,
un fiel caparazón de cal y canto.
 
Una fresca penumbra
con un clavo paciente
donde colgar las ropas sudadas
y el cansancio de las horas larguísimas.
 
Un rincón sin testigo
para esconder esas lagrimas sucias
que lloran en los atardeceres.
 
Una alcoba caliente y profunda
para el sueño, para el amor, para el parto,
para el instante impuro de esa muerte
desesperadamente mía.
 
Quería tan sólo eso. Salí a hacer una casa
cuando iba a amanecer y el cielo era bondadoso.
Pero todos se echaron sobre mí. Vete, perro,
que la tierra no es tuya.
Ni la piedra, ni el arbol, ni la sombra, ni el aire.
 
Salí a hacer una casa.  Y aquí me tenéis, hijos.
Apaleado y desnudo.
Con mi corazon crédulo, mojado por la lluvia.
 
Pablo Neruda